La foto económica empieza a mostrar una realidad alarmante: se disparan los niveles de mora en tarjetas de crédito y préstamos personales, al mismo tiempo que se tensa la cadena de pagos entre empresas y comercios. El ajuste fiscal, combinado con la licuación de ingresos, está dejando huellas profundas en la vida cotidiana. Según datos del sistema financiero, los atrasos en el pago de tarjetas crecieron más de un 25% en los últimos tres meses, mientras que las refinanciaciones alcanzaron niveles récord. Lo mismo ocurre con los créditos personales: cada vez más familias estiran los vencimientos o directamente caen en situación de impago. “Se ve claramente en las ventas: bajaron las compras grandes, se frena todo lo que no es esencial. Y el fiado volvió a aparecer”, cuentan desde el sector pyme. En muchos casos, los proveedores exigen pagos al contado o con plazos mucho más estrictos, temerosos de no cobrar a tiempo. El impacto se siente fuerte en el interior del país, donde el crédito informal era una válvula de escape que también está colapsando. Los expertos advierten que esta combinación de factores puede derivar en un parate más profundo del consumo, con efectos en cadena para la producción y el empleo. “Si el ajuste sigue trasladándose al bolsillo sin red de contención, el riesgo es que se corte definitivamente el circuito de pagos”, señalan desde entidades financieras. En paralelo, los bancos comienzan a endurecer condiciones y tasas. El acceso al crédito se encareció, y la situación pone en jaque a sectores que venían resistiendo con ventas en cuotas o promociones bancarias. El modelo de “ajuste con motosierra” muestra sus límites en la calle. Y la crisis silenciosa del endeudamiento familiar comienza a hacer ruido. El termómetro ya no es la inflación, sino la imposibilidad de llegar a fin de mes.